Mi hijo adolescente me grit
y me falta al respeto

Alicia Herrera Portrait
Alicia Herrera
15 diciembre  2024
5 min de lectura

Educar con cariño pero con firmeza. Adoptar decisiones de común acuerdo. Fijar límites. Esas sonlas primeras premisas que aprenden los padres desde el momento en que adquieren esta condición y se ven enfrentados al reto de educar. No hay ninguna etapa en la que este objetivo resulte fácil, en la que los padres no se cuestionen si están adoptando las mejores decisiones para sus hijos, pues todas las elecciones, por pequeñas que sean, pueden tener un cierto impacto sobre la configuración de la personalidad de los menores. Al principio los padres pueden cuestionarse si alguno de ellos ha de dejar su trabajo de forma temporal para criar al bebé o, si lo mejor, es llevarlo a guardería, pese a que enferme a menudo; o si no logra descansar solo en su cuna, como es frecuente, los padres pueden verse abocados a decidir entre practicar el «cryitout» o el «co-lecho»; o a optar entre la lactancia materna o la artificial, etc. Más tarde se trata de ofrecer un cierto modelo educativo escolar, o velar por su educación religiosa, o fomentar cierto tipo de aficiones.  Se adopte la decisión educativa que se adopte, lo cierto es cuando son muy pequeños nuestros hijos no tienen más elección que acatarlas mejor o peor, con mayor o menor rebeldía. No son autónomos aún y, aunque sean escuchados, no tienen mucho margen de elección. A menudo, para imponer nuestro criterio, elegido seguramente con la mejor de las intenciones y guiados por el amor hacia nuestros hijos, buscando su bien, solemos regular el flujo de privilegios, aumentando o reduciendo según cuál sea la respuesta hacia nuestras exigencias y demandas. Eso puede ocasionar tensiones, expresadas como pataletas, y lo consideramos hasta cierto punto normal, tolerándolo con paciencia.

Cuando llega la adolescencia, educar puede convertirse en un verdadero reto. La premisa educativa sigue siendo la misma, no hay mayores secretos, pero algo ha cambiado. Nuestro hijo o hija tiene su propio criterio ya, cierta autonomía de movimientos, y padres, profesores o referentes religiosos, es decir, relaciones de naturaleza vertical, tienen menos importancia para él que el núcleo íntimo de amigos, que son sus iguales. Por si fuera poco el adolescente está sometido a unos procesos biológicos en los que su cuerpo cambia, lo que lleva en ocasiones a  que esté fuera de sí, a tener cambios de humor, porque una parte de sí es aún inmadura y dependiente y la otra quiere rebelarse para alcanzar la independencia, lo que supone contravenir normas verticales.

Como padres nuestra obligación es comprender qué sucede, para no incurrir en el error de tomar siempre los desafíos del o la adolescente como algo personal. Es conveniente que sigamos trabajando con las premisas de siempre, cariño y firmeza, consenso entre los padres y límites claros, a lo que se añade algo más: la negociación. La convivencia con nuestros adolescentes puede resultar agotadora para los padres pues suele ser un continuo «tira y afloja», a lo que se añade el oportunismo del adolescente cuando se rompe el consenso entre los padres al mismo tiempo que la pareja. En ese«tira y afloja» es común que surja la violencia verbal, lo que no ha de consentirse por suponer un menoscabo de la dignidad personal. Es importante que, en los momentos de calma, lo hagamos entender.

Hemos de dialogar con los hijos para expresar cómo nos sentimos ante estas faltas de respeto y prevenirlas, manteniendo una comunicación sana con ellos o pidiendo ayuda psicológica u orientación si se trata de conductas reiteradas y lo vemos necesario. Tampoco debemos tolerar o fomentar las faltas de respeto hacia el otro progenitor, incluso si estamos separados y el divorcio ha sido problemático y con confrontación judicial. La regla de oro es recordar que aunque la pareja se separe la familia continúa, nos guste o no. Que seguimos siendo padres y madres y debemos trabajar de forma conjunta en beneficio de nuestros hijos adolescentes, para lo que la comunicación, el llegar a un consenso sobre el modelo educativo, sobre los límites, sobre qué permitimos y no a nuestros hijos, es imprescindible. Es una forma de prevenir la violencia verbal, que puede ser si no lo gestionamos bien, el antecedente de otras formas de violencia en el seno de la familia.

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15 Diciembre 2024
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